Muerto.
Lo decían las oquedades en sus hombros.
Sus ojos cerrados.
Su piel lisa. Desnuda.
Boqueé de rodillas, agarrándome el pelo con las manos.
Me sostuvieron.
El aire era de trapo. La tráquea seca.
Hacia él se acercaron tres personas.
Y no tenía piernas, o se habían borrado.
Dijeron que vivía.
Dijeron que vivía
Dijeron que vivía