31 mar 2009

[En]callando


Ayer un barco encalló en la arena. De noche y en silencio. Era tan tarde que no lo supieron las estrellas. Hubo sólo olas; olas, anclas. El amanecer se lo encontró dormido como un niño en su almohada.

Paseando todas mis nostalgias recorrimos la barandilla y los desconchones. La piedra modelada en agua y piedra; el mar, la mar. Manteniendo dos diálogos paralelos, uno contigo y otro conmigo, algo dejó de encajar.

Todos los ojos fueron testigos del resquebrajo que no se retransmitió ni en vivo ni en directo. Marea alta como voces y ecos. El casco cedía el paso al agua.

En el exterior, funicular arriba y más allá del mundo, vi el tiempo saltar sobre la playa. A velocidad de vuelo de una gaviota, planeando el abismo. Adelante. Miles de leguas. Nómada.

La soldadura se produjo de mañana. El mar en retroceso, la arena brillante y húmeda bajo el cielo, como una mano fría. Difícil evacuar el agua como los recuerdos. Difícil luego, agua creciente bañando la cubierta.

La tarde nos venció en el café, sirviendo olas en la ventana. Nuestra conversación se fue perdiendo en mar de fondo, con unos ojos que no te miraban. El hueco se hizo casi audible como el mar saltando sobre la costa. 
 
Cuando volvimos, ya no estaba allí. Sincronizado con el rescate marítimo, algo de mi había partido con el barco, que medio torcido y remendado se hizo de nuevo a la mar. 

Dos días bastaron para un nuevo silencio. En paralelo, mi diálogo supo que nuestra conversación había construído una pared al vararse en la arena.

1 comentario:

  1. A menudo encallo, pero aún logro rescatarme de esos naufragios.
    Un beso.

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