Corren.
Los últimos años 80.
Los pantalones de pana.
Una foto analógicamente desvaída.
Hay a seres humanos a los que les crecen ramas de corteza adusta. De un espacio invisible que implosiona en el pecho. En torsos lisos e inaprendidos. Estallan ramas. Espinas aceradas de múltiples brazos.
Mi madre nos lee Platero cuando se va la luz.
Escribo poesías sobre conejos y creo en Dios.
Hay cosas que están bien.
Y mal.
No se corre en los pasillos.
Yo soy de esos. Periódicamente en lágrimas. Ante ojos plácidos/apáticos del público. Queda un óxido cruento -esgrimida espada - arma siempre a vueltas contra uno.
Hidra trémula de múltiples quejas que no sabe explicarse.
Porque el amor de mi madre es un insulto que no entiendo.
Desde mis 7 años.
Cómo el amor de mi madre es el odio de otros.
Cómplices todos en escuadrón de ataque: No hay nunca nadie que articule un basta.
Y el espacio se extiende, lo abarca a uno, todo. Mi persona, la peste que suma en cuarentenas. Parece justificado al fin, adicionar traiciones - para evitar contagios. Uno a uno graban los nombres en esta corteza.
Yo, hago cuentas desde entonces.
Barajo el álgebra de cómos y porqués.
Hilvano y no encuentro.
Escribo.
No son simples costras en las rodillas.
Sino cicatrices cinceladas.
Caligrafía de niño.
y QUÉ HAREMOS SINO MAQUILLAR LAS CICATRICES? Un abrazo,
ResponderEliminarHermoso poema con caligrafía de niño y costras, y cicatrices en el corazón...
ResponderEliminarun abrazo (después de tanto tiempo, me alegra saber que sigues aquí)